
Un día me acerqué a la playa, por la tarde, para echar un ojo al grupo y ver qué hacían. Los encontré jugando con una pelota a orillas del mar. El juego, por lo que pude intuir, consistía en pasarse la pelota entre dos equipos, y correr con ella para escapar de tus contrincantes hasta que se la pasabas a otro de tu propio equipo. Normalmente, los chicos corrían hacia el mar hasta que la fuerza de las olas los tumbaba y la pelota quedaba libre para que la recogiera cualquier otro jugador.
Enseguida me fijé en que Roland no corría hacia el mar cuando le pasaban la pelota. Tampoco buscaba a sus compañeros. Simplemente se quedaba quieto, observando, esperando a que sus contrincantes vinieran a por el.
Sorprendentemente, nunca llegaron a atraparle.
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