lunes, 5 de mayo de 2008

Cuatro (1)

-¿Qué pone?-preguntó Ángel.

-¿Te llamas Dael?

-¿Dael? No, me llamo Ángel, ya te lo dije ¿no?

-Es una carta dirijida a un tal Dael. Al parecer es de una chica, Nora, que también está atrapada aquí... No sabía que también había chicas en este lugar.

-¿Dael?¿Nora? Lo cierto es que el nombre sí me suena... Dael... ¿Lo he oído antes, no? ...me suena, si...

Alan volvió a leer la nota varias veces. Ángel miró alrededor, buscando cualquier cosa que pudiera haber entrado junto a la nota. Se percató de que un guardia blanco les miraba desde una de las pasarelas.

-Alan guarda eso, no que nos están mirando... y ponte a pintar ya ¿no?


-Entonces, ¿Le contestamos? ¿Y si es una trampa?

Alan estaba sentado en la mesa con la libreta y el boli en la mano, y Ángel le miraba desde la cama. Había pasado más de una hora desde que cenasen y desde entonces no se habían puesto de acuerdo. Contestar era un riesgo, y a Ángel no le parecía que mereciese la pena. Alan, sin embargo, creía que la chica esa, Nora, sí que era real y que debían contestarle.
Alan empezó a escribir en la hoja, y Ángel se levantó para leer lo que ponía.

-No. No puedes engañarla. Tú no eres ese tal Dael ¿no? No puedes mentirle.

-Pero esta tia está enamorada. Míralo, lee la nota. No podemos decirle que no sabemos quién es Dael.

-Pues no contestes. Pero si le dices eso le estas dando unas esperanzas que no tienen fundamento. Si por cualquier cosa se da cuenta de que nos somos Dael, le puedes hacer mucho daño.

Alan se quedó pensativo. Ángel no sabía cómo reaccionar, pues Alan no solía hacer caso de lo que le decía. Caminó por la habitación, haciendo círculos, esperando a que Alan le dijera que no, que no le importaba lo que le dijese y que escribiría lo que él quisiese. Pero no fue así, Alan dejó la libreta y el boli en la mesa y se levantó de la silla.

-De acuerdo, hasta que no sepamos más, no contestamos. Vamos a dormir que ya es tarde.

Esa noche Alan no durmió mucho. Se levantó varias veces, se llegó a sentar en la mesa y agarrar el boli un par de ellas. La cabeza le daba vueltas. Aquella nota no sólo suponía un cambio en la rutina de aquél lugar, sino la existencia de otros presos, chicas, y la posibilidad de comunicarse con ellos. La oportunidad era demasiado tentativa como para dejarla escapar. Miró a Ángel que dormía al otro lado de la habitación.

Al día siguiente, cuando Ángel se acercó al hueco de la habitación para recoger el encargo, Alan se deslizó hasta la pared por donde había entrado la hoja y arrojó una nota por la ranura.