lunes, 26 de abril de 2010

5 + 1

Hacía tiempo que nadie me mantenía la mirada como ella lo hizo.
De hecho, fui yo el que aparté los ojos, sin saber muy bien porqué. Una reacción estúpida de la que en seguida me arrepentí.




En las películas y en los libros la gente que viaja en tren siempre acaba conociéndose. Hablan, descubren que tienen algo en común y cuando llegan a sus destinos ya han entablado amistad y se han intercambiado datos personales para volverse a ver. Hacer eso en el tranvía es casi imposible. En mi caso dispones de 5 paradas para lograrlo, y un par de semáforos si tienes suerte. Una parada para entablar contacto visual, otra para pensar alguna estupidez con la que romper el hielo, y posiblemente a la tercera parada se baje, bien porque le tocase bajar ahí (casi todo el mundo baja a la tercera parada), o bien asustada.


Sin embargo ella no bajó. Se removió un poco en su asiento y siguió sentada. "2 paradas más para intentarlo", pensé. Me volvió a mirar, y esta vez sí que conseguí aguantarle sus ojos penetrantes. Pero pronto miró hacia otro lado, como si hubiera perdido el interés, y yo me quedé contemplando el mundo que empezaba justo a su espalda, sin ver nada.
Llegó la quinta parada y me levanté. Al pasar a su lado me pareció que ella se removía de nuevo en su asiento, pero no le di importancia, había vuelto a quedarme callado.


Anduve hacia mi casa, pensativo. Me paré en un semáforo en rojo y noté una presencia a mi lado. Me giré y la vi, de pie, estirada, mirando hacia delante. Sin pensar, y por miedo a que el monigote verde deperdiciara el último cartucho, le saludé.

-Hola.

Ella se giró, despacio, y sus ojos me volvieron a acuchillar. Esta vez ya estaba preparado, y sonreí.
Ella me devolvió la sonrisa y el saludo, por ese orden.

-Hola.

El hombre verde decidió que ya había esperado bastante y ambos cruzamos al mismo paso.

-Eres la chica del tranvía.- dije como si hubera descubierto América.- ¿Estudiante?

-Sí,-dije ella- estudio derecho.

Asentí y continué andando a su ritmo. Los cinco segundos que tardó en hablar se me hicieron eternos. Al menos me volvió a sonreir, y sus ojos, al estirarse, parecieron perdonarme la vida otra vez.

-Oye yo me voy por aquí...

-Ah, de acuerdo-vacilé. Segundo error en apenas media hora. Imperdonable. Doble o nada- Oye, si quieres, podríamos intercambiar el número de móvil o el correo electrónico...

Las últimas palabras las pronuncie tan despacio que no se si llegaron a sus oídos.

-Bueno, creo que ha sido una casualidad que nos encontraramos cara a cara en el tranvía... ¿Por qué no dejamos para la siguiente casualidad lo de los números?

Cualdo se le tiene miedo a alguien es porque se le ha dado poder sobre uno.

Cuando odiamos a un hombre, odiamos en su imagen algo que se encuentra en nosotros
mismos.
Lo que no está dentro de nosotros mismos no nos inquieta.

miércoles, 7 de abril de 2010

En el gran castillo

El lugar estaba superpoblado. Como una clase con alumnos de más, y mesas de menos. Demasiadas caras familiares.
Yo llegué con una vela y un conejo, esperando no pasar desapercibido. Cleopatra, tras la barra, ofrecía hielo amablemente a quien quisiera.
Aunque las caras vistas ofrecían sonrisas Colgate, las ocultas revelaban cierta tensión, que se apoderá enseguida del ambiente. Y entre ellos, tú.
Tan alegre como siempre, tan distante como nunca. Pronto sentí la angustia en el pecho, la falta de aire en mis pulmones.
Huí, huí con mi vela y mi conejo, dejando tras de mi sapos, reinas y princesas.
Me encerré en mi propia prisión, contando los segundos que quedaban para que la esperanza se acabara.
Y, entonces, estando apunto de apretar el gatete, llamaron a la puerta.

Look at me, I'm not old, but I'm happy