De hecho, fui yo el que aparté los ojos, sin saber muy bien porqué. Una reacción estúpida de la que en seguida me arrepentí.
En las películas y en los libros la gente que viaja en tren siempre acaba conociéndose. Hablan, descubren que tienen algo en común y cuando llegan a sus destinos ya han entablado amistad y se han intercambiado datos personales para volverse a ver. Hacer eso en el tranvía es casi imposible. En mi caso dispones de 5 paradas para lograrlo, y un par de semáforos si tienes suerte. Una parada para entablar contacto visual, otra para pensar alguna estupidez con la que romper el hielo, y posiblemente a la tercera parada se baje, bien porque le tocase bajar ahí (casi todo el mundo baja a la tercera parada), o bien asustada.
Sin embargo ella no bajó. Se removió un poco en su asiento y siguió sentada. "2 paradas más para intentarlo", pensé. Me volvió a mirar, y esta vez sí que conseguí aguantarle sus ojos penetrantes. Pero pronto miró hacia otro lado, como si hubiera perdido el interés, y yo me quedé contemplando el mundo que empezaba justo a su espalda, sin ver nada.
Llegó la quinta parada y me levanté. Al pasar a su lado me pareció que ella se removía de nuevo en su asiento, pero no le di importancia, había vuelto a quedarme callado.
Anduve hacia mi casa, pensativo. Me paré en un semáforo en rojo y noté una presencia a mi lado. Me giré y la vi, de pie, estirada, mirando hacia delante. Sin pensar, y por miedo a que el monigote verde deperdiciara el último cartucho, le saludé.
-Hola.
Ella se giró, despacio, y sus ojos me volvieron a acuchillar. Esta vez ya estaba preparado, y sonreí.
Ella me devolvió la sonrisa y el saludo, por ese orden.
-Hola.
El hombre verde decidió que ya había esperado bastante y ambos cruzamos al mismo paso.
-Eres la chica del tranvía.- dije como si hubera descubierto América.- ¿Estudiante?
-Sí,-dije ella- estudio derecho.
Asentí y continué andando a su ritmo. Los cinco segundos que tardó en hablar se me hicieron eternos. Al menos me volvió a sonreir, y sus ojos, al estirarse, parecieron perdonarme la vida otra vez.
-Oye yo me voy por aquí...
-Ah, de acuerdo-vacilé. Segundo error en apenas media hora. Imperdonable. Doble o nada- Oye, si quieres, podríamos intercambiar el número de móvil o el correo electrónico...
Las últimas palabras las pronuncie tan despacio que no se si llegaron a sus oídos.
-Bueno, creo que ha sido una casualidad que nos encontraramos cara a cara en el tranvía... ¿Por qué no dejamos para la siguiente casualidad lo de los números?
Cuando odiamos a un hombre, odiamos en su imagen algo que se encuentra en nosotros
mismos.