lunes, 2 de febrero de 2009

Un peldaño más de la escalera

Oh tu que atento a las edades miras
si a prometerte aspiras
a pesar de diferentes desengaños
largos acentos en prodigios años
trata de disponerte,
que sabes si la muerte
en hora no pensada
con el agudo filo
te quitará de la esperanza
el hilo.


Nos vemos en dos semanas. Si aparece algún puntito rojo en el mapa en la zona de china, quizás sea yo.

Bye!ª

jueves, 29 de enero de 2009

Chin pan, chin pun

Ya está aquí. La última sustancia. El reactivo limitante. Ahora ya solo queda esperar.

Como catalizador, en este caso, emplearemos una buena reunión con los hermanos/demonios piticlis. Así aumentaremos la cinética, al menos, en apariencia. Segunda experiencia, con más ganas, más gente y más repertorio. Buen suministro para una noche que no debería suceder, atendiendo a razones.

Y por supuesto, los otros reactantes, de los que ya me he provisto. En estas condiciones, imposible evitar el aumento de presión y temperatura, un pequeño riesgo que merece la pena correr, visto el buen rendimiento. El reactor parece seguro, los catalizadores, envenenados y envejecidos, pero con gran selectividad y buena eficiencia.

Y el producto, en menos de una semana.

Me voy, eso es todo lo que quería decir.

martes, 27 de enero de 2009

3 días después

Tres días después, cuando Ronald salió de la sala de aislamiento, todo el grupo se reunió frente a la puerta. El primero en ir a saludarle fue Steve, que se lanzó a sus brazos sinriendo. Tras él, Fabriccio se acercó y se quedó mirándole. Ambos se dieron la mano, y me pareció oir que Fabriccio le decía algo a Ronald. Luego se echaron a reir y se abrazaron, y a ellos se unieron los demás.

Todavía sigo sin saber lo que se dijeron aquel día, aunque ahora no me sorprenden ya las reacciones extrañas de la gente, cuando se trata de Roland.



-¿Oyes las campanas?
-¿Eh?
-Es triste.
-...
-Puede que aún quede esperanza.

viernes, 23 de enero de 2009

Sanción

Aquel día hube de sancionar a Roland por lo que hizo.

Cuando Fabriccio se acercó a mi, enseguida me percaté del agujero que había en su oreja izquierda. Demasiado bien hecho, y sin sangrar. Recordé, antes de que él mismo me lo dijera, que ahí es donde solía llevar una de esas dilataciones que estaban entonces de moda.

Cuando fui a buscar a Roland, me lo encontré sentado en la almohada, apoyado contra la pared y con un libro entre las manos. Parecía estar esperándome.
Le expliqué, enfadado, que no podía permitir un comportamiento así, y que pasaría tres días en una habitación, aislado. Había disparado a Fabriccio y no podía quedar sin castigo.

-Yo no he disparado a Fabriccio, de hecho, ni siquiera le he rozado. He disparado al trozo de metal que llevaba en la oreja.- dijo muy tranquilo.

Aquello era cierto. Por un momento me quedé sin nada que decir.

-¡Pero podías haberle matado! Bueno, matado igual no, pero ¡le podrías haber sacado un ojo! ¡Imagina que hubieras fallado!

Aquellas palabras provocaron un cambio de expresión en su rostro. Me miró muy fijamente, y parecía sonreir levemente.
No habló, sin embargo, aquella mirada me dijo exactamente lo que él pensaba, y lo que yo ya sabía.

Sin decir nada, lentamente, Roland se levantó y fue, tranquilamente, hasta la sala de aislamiento.

martes, 20 de enero de 2009

En el bosque

Un día, de entre tantos, les propuse jugar a un juego que les gustaba mucho. Consistía en cazarse unos a otros. Por parejas, se adentraban en un bosque con una escopeta cargada. Los proyectiles eran perdigones de plomo, inofensivos bajo los trajes de conejo que se ponían.

Iban por parejas, un conejo gris y un conejo marrón. Había días que no llegaban a disparar, sólo daban vueltas y vueltas por el bosque persiguiéndose unos a otros. Uno de ellos, Fabriccio, se jactaba de no haber perdido nunca a ese juego.

Ese día, Roland se emparejó con el joven Steve, el más pequeño del grupo.

Roland y Steve estaban parados tras unos arbolillos.

-Roland, deberíamos movernos, así no vamos a encontrar a nadie.

-Calla.- dijo Roland.

Steve se movió, y al hacerlo se quedó enredado en unos matorrales, junto a Roland.

-No te muevas.- Susurró éste.

Roland miraba a la línea de arbolillos que había frente a él. Algo pareció moverse a lo lejos. Steve volvió a moverse.

-Te he dicho que te estés quieto…

-Roland, así no es divertido…-replicó Steve.

-… y que te calles.

Un par de conejos aparecieron entre los árboles. Roland se encaró el arma. Steve se movió, pues no había visto nada y al ver a Roland apuntando se asustó. El ruido del matorral al moverse alertó a los conejos, que se tiraron al suelo.

- No-te-mue-vas.- susurró Roland.

De repente, una bocina sonó en todo el bosque. Los conejos se levantaron y se quitaron la capucha con las orejas. Uno de ellos era Fabriccio. Ronald seguía apuntándoles.

-Roland, se ha acabado el tiempo, el juego ha terminado.

-Calla.- fue lo único que contestó.

Los dos conejos se juntaron y comenzaron a hablar. Roland seguía apuntando.

-Roland, déjalo ya…

-Calla.- Y disparó.

sábado, 17 de enero de 2009

En la playa


Un día me acerqué a la playa, por la tarde, para echar un ojo al grupo y ver qué hacían. Los encontré jugando con una pelota a orillas del mar. El juego, por lo que pude intuir, consistía en pasarse la pelota entre dos equipos, y correr con ella para escapar de tus contrincantes hasta que se la pasabas a otro de tu propio equipo. Normalmente, los chicos corrían hacia el mar hasta que la fuerza de las olas los tumbaba y la pelota quedaba libre para que la recogiera cualquier otro jugador.

Enseguida me fijé en que Roland no corría hacia el mar cuando le pasaban la pelota. Tampoco buscaba a sus compañeros. Simplemente se quedaba quieto, observando, esperando a que sus contrincantes vinieran a por el.

Sorprendentemente, nunca llegaron a atraparle.

viernes, 16 de enero de 2009

Cinco (2)

Cuando Ángel se giró, una vez en la caja blanca, tras recoger su paquete diario, se encontró con Alan, jadeante, que acababa de llegar.

-¿Tu que miras, eh?

-Se me hace extraño verte con pijama aquí abajo.- dijo Ángel sonriendo.

A Ángel le pareció ver un leve amago de sonrisa en la cara de Alan, pero en seguida se giró para coger un pincel.

-Toma, esto es lo que tenemos para hoy ¿no?- dijo Ángel tendiéndole a Alan un objeto extraño y un sobre con los dibujos que debía pintar en él.

Alan lo cogió y se fue al lugar que siempre ocupaba Ángel. Ángel lo miró extrañado.

-Si van a venir a por mi, prefiero verles de cara. Te recomiendo que cuando aparezcan, te quites del medio. No voy a permitir que me atrapen esta vez. Esta vez no. Si vienen, me resistiré hasta el final.

Ángel le miró sorprendido, y se colocó en el sitio de Alan para pintar. Pero no podía concentrarse. Su mente no hacía más que darle vueltas al asunto. Si venían, ¿se apartaría, como le aconsejaba Alan que hiciera?, ¿o lucharía con él? Trató de pensar formas de escapar, distintas trampas que colocar. Los jarrones eran bastante resistentes, eso ya lo había comprobado, pero si ellos llevaban armas de fuego, no había nada que hacer…

Ángel observaba también a Alan. No podía comprender cómo conseguía mantener la calma. Estaba tranquilo, pintando, aunque cada poco tiempo levantaba la vista y miraba primero al pasillo, y luego a los guardias que había alrededor. Luego volvía a pintar.

Ángel pensó que si de verdad se lo llevaban, para siempre, y él no hacía nada, se sentiría mal. Desde que Alan había llegado, su estancia en aquel lugar había mejorado mucho. No es que estuviera disfrutando con aquello, pero en cierto modo sus ideas de escapar habían dejado de aparecer tan frecuentemente e incluso había empezado a escribir, cosa que antes, en el exterior, hacía a menudo.

Y Alan también parecía haber cambiado. Desde el primer día que llegó, poco a poco había empezado a hablar más y más. Había llegado a hacer algún que otro chiste incluso. Lo cierto es que no quería volver a quedarse sólo, pero el simple hecho de enfrentarse a los guardias de blanco le aterraba.

jueves, 15 de enero de 2009

Casi Acierto Los Otros Rompecabezas

El gladiador vaciló. Aquel ser que se erguía frente a él era más alto y parecía más fuerte de lo que le habían comentado. Apretó fuerte su espada y se colocó en posición. Iba a esperar a que su contrincante diera el primer paso.

La bestia rugió, extendió la mano, y una bola de fuego azulado brotó de entre sus dedos. Con un movimiento brusco, arrojó la bola hacia el pequeño hombrecillo que osaba plantarle cara.

El gladiador se cubrió como pudo. Sabía que algo así podría ocrrirle, y venía preparado. Había recubierto su cuerpo con una pomada fría que le protegía contra el fuego. Tras esto, se lanzó al ataque.

Dos horas después, el gladiador, cansado, seguía luchando. La bestia parecía no cansarse nunca. A su lado, el joven luchador observó como algunos de sus compañeros iban cayendo. Algunos incinerados, otros magullados, otros ahogados... La visión de su alrededor era un espanto. Y al volver a fijarse en su contrincante, apenas un segundo después, se vio rodeado de una corriente de aire húmedo que le envolvía por completo. El vapor formaba burbujas en su piel, que crecían a medida que más vapor se unía a ellas, y poco a poco se fue viendo inmerso en una gran burbuja de agua.

Desde el palco, la el público, al igual que el gladiador, contuvo la respiración.


Sin fe,
que triste un final sin fe...

martes, 13 de enero de 2009

En 5 minutos


El día que presenté a Roland a mi grupo de estudiantes, sentí un enorme interés en observar la reacción de éstos. Me preguntaba si Roland conseguiría integrarse en el grupo con facilidad. Ellos se conocían desde hace años, un grupo formado por gente joven, de distintas edades y paises, brillantes todos ellos.

Le conocieron en la playa, donde solían quedar a pasar la tarde. Uno a uno se fueron presentando en inglés, muy educadamente. Roland les contestó a todos con la misma educación.

Creo que ninguno de ellos podía llegar a imaginar quién era la persona que realmente acababan de conocer.


So much to live for, so much to die for, but, BEfor....

domingo, 11 de enero de 2009

En el fin

El guardia de seguridad dudó. Se acercó un poco más a los objetos que había sobre la rejilla de la papelera de la estación de tren. Eran delgados y alargados.
Finalmente, tras vacilar un par de veces, agarró uno de ellos con sumo couidado.
La niña, a su lado, sonreía y le miraba divertida.

-Esto, en mi pueblo, se lo dan de comer a los caballos- dijo.

El guardia los miró, extrañado. Siguiendo el ejemplo de la niña, partió uno de ellos por la mitad.
Más relajado, partió cada mitad por la mitad, y extrajo las bolitas que había dentro. Tras observarlas un rato, se dio la vuelta y se fue a buscaruna papelera sin rejilla donde cupieran.

La voz de la niña le hizo pararse en seco. Cuando se giró, se encontró a la niña con los brazos extendidos.

- Te dejas las mías.

Y vació un montón de cáscaras sobre las manos enguantadas del guardia.
Luego, se fue corriendo.



Converge. Al fin.
Eureka

sábado, 10 de enero de 2009

Comenzando la no-rutina


Hoy he vuelto a despertar inclinado. Por una pequeña fracción de segundo, el suelo parecía la pared, la pared el techo, y el techo el suelo. Ha sido suficiente para hacerme agarrar el colchón como si mi vida fuera en ello. Luego, la sensación se ha desvanecido, y me he incorporado. Como ayer, me ha sido imposible evitar la tiniebla. A contraluz, he tratado de descubrir lo que horas antes hubiera visto. Una mezcla de recuerdos, descubrimientos e imaginaciones danzando a mi alrededor. “El agua no es igual sin luz”, he pensado. Parecía menos limpia, menos real.

En cambio, ha sido el frío, consecuencia de la falta de luz, lo que me ha recordado que no tenía toda la mañana para estar dándole vueltas a la cabeza. Por más que me haya abrigado, el tramo desde la puerta de cristal hasta el pequeño punto caliente común para todos, me ha resultado helador. Y es allí donde mi vida, por medio de una conversación tan insulsa que podría haberse obviado en cualquier otro momento, ha cobrado realidad, y se ha olvidado, un despertar más, de los extraños seres que me persiguen en el sueño.


“A propósito del sueño, esa siniestra aventura de todas nuestras noches, debemos decir que los hombres se van a la cama diariamente con una audacia que sería incomprensible si no supiéramos que es el resultado de la ignorancia del peligro.

jueves, 8 de enero de 2009

Cinco (1)

A la mañana siguiente, volvió a sonar la música clásica, como todos los días. Pero para Alan, aquella melodía era como una marcha fúnebre. Como la música de fondo en la escena de la película en que los presos recorren el corredor de la muerte. Alan permaneció sentado al borde de la cama. Ángel de duchó, se cambió, marcó el día que era e incluso escribió algo en el bloc que había en la mesa (lo hacía mucho últimamente), y mientras Alan permaneció quieto, esperando. Cuando la puerta se abrió, Ángel se acercó y, justo antes de salir, sin apenas girarse, le dijo:

- ¿No vienes, no?

- No.

- ¿Estás seguro? No puedes quedarte aquí , Alan, lo sabes ¿no?, va contra las normas.

- ¿Qué más da? Me estarán esperando ahí abajo, al menos así les hago subir a por mí.

- ¿Por qué dices eso, Alan?- preguntó Ángel, aunque ya sabía la respuesta.

- Es culpa mía.- Alan hablaba sin levantar la vista del suelo.- Todo lo que pasó ayer. Fue por mi culpa. La cogieron a ella, y hoy me cogerán a mí. Le contesté Ángel. A estas horas ya habrán encontrado la nota.

- Eso no lo sabes ¿no? ¿De verdad te arriesgarás a quedarte ahí sentado? Si lo haces, seguro que vienen a por ti ¿no?, eso no lo dudes.

Alan se mantuvo callado, con los labios apretados.

-De acuerdo, yo me voy, no vaya a ser que llegue tarde.- dijo Ángel, y se fue.

martes, 6 de enero de 2009

Experimentando

Han vuelto.
Esta vez no se si son dos, o uno solo, o muchos. Pero han regresado. (y me asusta)

La primera vez, desde la última, fue el primer día. Minutos antes de llegar al refugio. Me sujetaron contra el asiento y se llevaron todas las palabras que trataba de gritar. Me dejaron abrir los ojos, eso si, para reconocer el paisaje a medida que pasaba por la ventanilla.

La siguiente vez, vinieron en fomra extraña. No era el hombre, ni la mujer. Era una especie de nube gris flotando a mi derecha, que me observaba. Me retuvo sin respirar, y crecía y vibraba a medida que trataba de incorporarme. Conseguí vencerla tocando con los dedos de una mano los dedos de la otra.

La útlima vez que vinieron, hasta ahora, fue la peor. Me encontraba en un lugar extraño, pero rodeado de gente conocida. Ellos se metieron en mi cabeza, apretando, aturdiéndome y dejándome confuso. Entre la gente, encontre a un viejo amigo.
Me miró y se acercó, y me tendió la mano. Tras una pausa, nos reimos ambos de lo absurdo que había resultado. Me dijo que estaba bien y, según entendí, que esa mñaana había bebido patata exprimida. (Quizás fue lo que ellos me hicieron oir).
A continuación él me fue a colocar una mano en el hombro, en señal de amistad, pero yo le rechacé. Lo hice porque estaban ahí metidos, presionando, pero supongo que él debió entender qie para mi todavía seguía presente el pasado. Por ello, apenado, retrocedió.
Yo traté de gritar, pero de nuevo se llevaron mis palabras. Traté de decirle que volviera, pues necesitaba que aquello saliera bien.
Pero ya era tarde, y de nuevo me mantenían apretado contra mi colchón, sin dejarme hablar ni moverme.

Reuní todas las fuerzas que me quedaban para alargar la mano y coger el móvil que había en la mesilla. Sabía que iba a quedarme así parasiempre, así que intenté escribir una nota de auxilio. Pero la luz del móvil iluminó un pequeño bulto extraño a mi lado, y cuando lo toqué, reconocí algo que me paralizó de terror y me hizo gritar hasta el despertar.