martes, 20 de enero de 2009

En el bosque

Un día, de entre tantos, les propuse jugar a un juego que les gustaba mucho. Consistía en cazarse unos a otros. Por parejas, se adentraban en un bosque con una escopeta cargada. Los proyectiles eran perdigones de plomo, inofensivos bajo los trajes de conejo que se ponían.

Iban por parejas, un conejo gris y un conejo marrón. Había días que no llegaban a disparar, sólo daban vueltas y vueltas por el bosque persiguiéndose unos a otros. Uno de ellos, Fabriccio, se jactaba de no haber perdido nunca a ese juego.

Ese día, Roland se emparejó con el joven Steve, el más pequeño del grupo.

Roland y Steve estaban parados tras unos arbolillos.

-Roland, deberíamos movernos, así no vamos a encontrar a nadie.

-Calla.- dijo Roland.

Steve se movió, y al hacerlo se quedó enredado en unos matorrales, junto a Roland.

-No te muevas.- Susurró éste.

Roland miraba a la línea de arbolillos que había frente a él. Algo pareció moverse a lo lejos. Steve volvió a moverse.

-Te he dicho que te estés quieto…

-Roland, así no es divertido…-replicó Steve.

-… y que te calles.

Un par de conejos aparecieron entre los árboles. Roland se encaró el arma. Steve se movió, pues no había visto nada y al ver a Roland apuntando se asustó. El ruido del matorral al moverse alertó a los conejos, que se tiraron al suelo.

- No-te-mue-vas.- susurró Roland.

De repente, una bocina sonó en todo el bosque. Los conejos se levantaron y se quitaron la capucha con las orejas. Uno de ellos era Fabriccio. Ronald seguía apuntándoles.

-Roland, se ha acabado el tiempo, el juego ha terminado.

-Calla.- fue lo único que contestó.

Los dos conejos se juntaron y comenzaron a hablar. Roland seguía apuntando.

-Roland, déjalo ya…

-Calla.- Y disparó.

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