jueves, 8 de enero de 2009

Cinco (1)

A la mañana siguiente, volvió a sonar la música clásica, como todos los días. Pero para Alan, aquella melodía era como una marcha fúnebre. Como la música de fondo en la escena de la película en que los presos recorren el corredor de la muerte. Alan permaneció sentado al borde de la cama. Ángel de duchó, se cambió, marcó el día que era e incluso escribió algo en el bloc que había en la mesa (lo hacía mucho últimamente), y mientras Alan permaneció quieto, esperando. Cuando la puerta se abrió, Ángel se acercó y, justo antes de salir, sin apenas girarse, le dijo:

- ¿No vienes, no?

- No.

- ¿Estás seguro? No puedes quedarte aquí , Alan, lo sabes ¿no?, va contra las normas.

- ¿Qué más da? Me estarán esperando ahí abajo, al menos así les hago subir a por mí.

- ¿Por qué dices eso, Alan?- preguntó Ángel, aunque ya sabía la respuesta.

- Es culpa mía.- Alan hablaba sin levantar la vista del suelo.- Todo lo que pasó ayer. Fue por mi culpa. La cogieron a ella, y hoy me cogerán a mí. Le contesté Ángel. A estas horas ya habrán encontrado la nota.

- Eso no lo sabes ¿no? ¿De verdad te arriesgarás a quedarte ahí sentado? Si lo haces, seguro que vienen a por ti ¿no?, eso no lo dudes.

Alan se mantuvo callado, con los labios apretados.

-De acuerdo, yo me voy, no vaya a ser que llegue tarde.- dijo Ángel, y se fue.

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