miércoles, 23 de abril de 2008

La mujer de la parada.

Cada día, al amanecer, une mujer joven se acerca al banco de la parada del tranvía y se sienta con las piernas juntas. Permanece sentada mientras el sol se eleva por los edificios y le alumbra dede la frenete hasta los pies. Inmóvil, ve pasar al tranvía una y otra vez, cada mañana. La gente se sienta a su lado, pero nadie tiene el tiempo o las ganas suficientes como para saludarla, y mucho menos preguntarle qué hace ahí. Simplemente, la mira, y algunos incluso fantasean sobre los motivos que la impulsan a repetir la espera cada mañana. Luego, ella se levanta, cruza las vías y se pierde por la calle que hay tras la comisaría.


Hay quien dice que espera a un hombre, un hombre que la enamoró y que le prometió volver un día, en tranvía. Otros dicen que aguarda a un hijo que tuvo que entregar cuando era un bebé, y que cada día va a ver cómo baja del tranvía para ir a la escuela que hay al otro lado del río. Algunos aseguran que es una mente privilegiada que aguarda un suceso catastrófico que sucedera pronto, a esa hora, en la parada.


Pero nada de ello es cierto, mas que el hecho de que ella se sienta en el banco de la estación cada mañana.

martes, 22 de abril de 2008

Tres (3)

-Vaya éste si que es raro... - dijo Ángel mientras observaba su nuevo trabajo que le había llegado por el hueco habitual- Tiene forma rara ¿no? No parece del todo un jarrón... es más bien es como... digamos...

-Bah, ¿Qué más da a lo que se parezca? Al final vas a acabar pintándolo de todas formas...

-Bueno, al final te acostumbras ¿no? De todas formas no está tan mal.

-No. No. ¿No ves que no? No hay que acostumbrarse a esto. El error está en acostumbrarte a estas cosas, a esta caja, a este sitio, a la mierda de música clásica... Esto no es normal, y yo le temo a acostumbrarme y a perder de vista el hecho de que estamos encerrados. Que no se te olvide, esto no está bien. Esto es algo muy sucio.

Ángel se quedó pensativo. Era cierto lo que decía Alan. Al principio, había pintado jarrones y había obedecido, pero siempre con la idea de que lo hacía sólo por sobrevivir y esperando el momento oportuno de para escapar. Pero en los últimos días, actuaba de forma casi involuntaria, casi como si aquello era lo que tenía que pasar. Pero, por otro lado, la vida que llevaba en ese momento no le disgustaba...
-¿De verdad pretendes salir de aquí alguna vez? ¿Salir a dónde?
-No lo se. Fuera. Claro que pienso salir de aquí. Seguro que estamos lejos de cualquier ciudad, pero hay que intentarlo.
-Ya, bueno.... -Ángel levantó el pincel y dio una pincelada- ¿Hay alguien esperándote a ti ahí fuera?
Alan levantó la vista y la fijó en Ángel. Le miró extrañado, vacilante. Entonces, unos golpecitos sonaron en la pared. Los dos jóvenes se giraron y una pequeña hoja de papel se escurrió por una ranura entre la pared y el suelo. Alan miró la nota, observó a los guardias de la pared, volvió a mirar la nota y se agachó para recogerla.

lunes, 14 de abril de 2008

Tres (2)

-¿Cuántos años tienes?

Aquella pregunta le sorprendió. Habían pasado dos semanas desde que le trajeron y desde entonces poco se habían dicho. Un buenos días, un buenas noches, alguna broma referente al encargo a pintar del día o un qué ropa prefieres hoy. Ángel observó a Alan, que seguía pintando su jarrón como si no hubiera dicho nada.

- Hace dos semanas cumplí veinte años.

-Aha- suspiró Alan, que seguía pintando como si nada.

Ángel tardó un rato en reaccionar. Alan ni siquiera le había mirado. No es que esperase de repente atención o interés, pero le hubiera gustado seguir con la conversación.

Al día siguiente, tras dos horas en silencio pintando jarrones, Ángel susurró:

-¿Tú?

-¿Yo qué?-Respondió Alan con brusquedad.

-Que cuántos años tienes, ¿no?

-¿Yo?, ¿Años?... Ah si, bueno, ¿es por lo de ayer, no? Bien… tengo veintidós años. Al menos eso creo. He visto que llevas una cuenta de los días ahí en la pared de la habitación. A mi me hubiera gustado, pero donde yo estuve era imposible.

-Entiendo -contestó Ángel.- Hoy es diez de Marzo, me parece, aunque tampoco estoy muy seguro.

-Había pensado preguntárselo a uno de esos payasos de blanco, pero creo que no ellos lo saben con exactitud…

-Ya, aquí parece que el tiempo no pasa, o que transcurre de forma diferente ¿no?

-Aquí lo que pasa es que este sitio es una mierda, estos jarrones son una mierda, y esos tipos de blanco son unos gilipoyas. Si yo tuviera una pistola de esas raras que llevan no estaríamos así, eso te lo aseguro.

Ángel se quedó mirándole, pero Alan parecía estar hablando sólo como si no existiera nadie más allí.

Esa noche, al volver a la habitación, sintió algo de miedo.

miércoles, 9 de abril de 2008

Memet (Memetó)

-Ahora mirar este muro que recorre la calle pavimentada…

El guía llevaba el cuello subido y se agarraba las manos tras la espalda al hablar. Cuando caminaba, sin embargo, le colgaban hacia los lados y le bailaban, dándole la apariencia de un pingüino. Hacía frío y los turistas se agrupaban los unos con los otros para escuchar las explicaciones correspondientes a cada punto de la ruta de Éfeso.

-…Si se fijan, aquí la pared no ser recta. Es ligeramente curva. Muy típico del arte helenístico. Pared formada por bloque haciendo curvas. – Dijo mientras acariciaba la piedra.

Dio un par de pasos hacia atrás, colocándose delante de todo el grupo de turistas, y se acarició la tripa que hinchaba el abrigo.

-Yo también ser un poco helenístico ¿eh?....je, je, je... Pero ya saben,- dijo mientras continuaba la marcha levantando una señal amarilla con el número 23 -Un hombre sin barriga es como casa sin terrasa…

Y prosiguió, con sus pasitos cortos, mientras se reía él sólo de su propia broma.


martes, 8 de abril de 2008

Tres(1)

Cuando se despertó, sintió lo mismo que sentía cada mañana, pero esta vez su compañero dormía en la cama de al lado. Entró al baño y se vio ante la posibilidad de elegir toalla, y sonrió. Al acabar de vestirse con la ropa que más le gustaba de aquél día, agarró del pie a su compañero y lo despertó. Anotó el día en la pared y se sentó a esperar. Ambos salieron de la habitación con una pieza nueva de música clásica sonando sobre sus cabezas. Recorrieron el pasillo, bajaron la escalinata y entraron en la sala cuadrada. Esperaron unos minutos y apareció el jarrón.

- ¿Otro jarrón? ¿Es que vamos a estar pintando jarrones toda la vida?

- Ya te lo dije el otro día, Alan, aquí se pintan jarrones. Es lo que se hace ¿no?

- ¿Cómo que “aquí se pintan jarrones”? ¿Y si no quiero pintar jarrones? ¿Y si no me creo todo este rollo de los cabrones de blanco y me quedo aquí sin hacer nada?

- Eso es lo que hizo mi anterior compañero, Alan. Y se lo llevaron ¿no?.

- ¿Si? Pues ya está. Esa es la forma de salir de aquí. Quedarse quieto a esperar. Alguien vendrá a sacarme de aquí. Si ven que no valgo para esto, que me lleven a otro lugar, seguro que es mejor que este sitio.

- No lo entiendes ¿no?, Aquí o se pintan jarrones, o se pintan jarrones. Cuando mi compañero dejó de trabajar, vinieron a decirle que pintara, y como se negó, lo llevaron a una sala oscura. Luego lo trajeron, ¿no?, y él volvió a negarse. Entonces lo mataron. ¿Ves esas escaleras que hay en las paredes aquellas de allí?- Ángel señaló a las pasarelas blancas que había a lo largo de la bóveda.- Por allí aparecieron hombres de esos que visten de blanco, y bajaron hasta aquí. Le dispararon a bocajarro. Y se lo llevaron ¿no?, se lo llevaron bien muerto.

Alan frunció el ceño y se quedó mirando desafiante a Ángel. Levantó la vista y observó las escaleras que recorrían las paredes. Luego se acercó a la mesa y cogió un pincel. Miró la fotografía que acompañaba al jarrón. Un caballero rojo y una montaña azulada. Aquello no le gustaba lo más mínimo.

domingo, 6 de abril de 2008

A caballo


Que alegría que da volver a ver las grúas sobre los tejados de las casas blancas. Volver a ponerse las gafas para conducir por las callejuelas, volver a marcar los pocos números que me sé de memoria. Volver a llegar tarde, volver a cantar la misma canción que se cantó hace años en el mismo lugar. Volver a elegir entre arroz o tallarines, a sacar los mismos temas para comprobar que siguen igual. Volver a oír las mismas risas, y a escuchar las mismas quejas. Volver a volver, al fin y al cabo.



Cuando se habla de reencuentro, se piensa en la típica Terminal del aeropuerto en la que llega el hombre tras 4 años en el extranjero y encuentra a su familia con una pancarta esperándole. O la madre, ya abuela, que mira por la ventana como se acerca el coche de sus hijos con sus nietos que hacía años que no veía. O el hijo que vuelve cabizbajo tras haberse fugado y es recibido con los brazos abiertos.


Pero no creo que sean necesarias esas situaciones tan forzadas para que siga siendo un reencuentro. El abrazo, el golpecito en el hombro y la sonrisa y el sentimiento siguen siendo los mismos, y son lo que importa. Ya sea en medio de un comedor, o de una biblioteca, o a la entrada de un examen, o en el mismo lugar de siempre, el reencuentro está ahí, pese a que a veces, por poco, por los pelos, no te reconozcan.