
Que alegría que da volver a ver las grúas sobre los tejados de las casas blancas. Volver a ponerse las gafas para conducir por las callejuelas, volver a marcar los pocos números que me sé de memoria. Volver a llegar tarde, volver a cantar la misma canción que se cantó hace años en el mismo lugar. Volver a elegir entre arroz o tallarines, a sacar los mismos temas para comprobar que siguen igual. Volver a oír las mismas risas, y a escuchar las mismas quejas. Volver a volver, al fin y al cabo.
Cuando se habla de reencuentro, se piensa en la típica Terminal del aeropuerto en la que llega el hombre tras 4 años en el extranjero y encuentra a su familia con una pancarta esperándole. O la madre, ya abuela, que mira por la ventana como se acerca el coche de sus hijos con sus nietos que hacía años que no veía. O el hijo que vuelve cabizbajo tras haberse fugado y es recibido con los brazos abiertos.
Pero no creo que sean necesarias esas situaciones tan forzadas para que siga siendo un reencuentro. El abrazo, el golpecito en el hombro y la sonrisa y el sentimiento siguen siendo los mismos, y son lo que importa. Ya sea en medio de un comedor, o de una biblioteca, o a la entrada de un examen, o en el mismo lugar de siempre, el reencuentro está ahí, pese a que a veces, por poco, por los pelos, no te reconozcan.
3 comentarios:
ieeee
nos vamos caceres o que?
jaja
redrumovil 2!
saludos
Muy cierto, Jarri, muy cierto... lo has clavao, primo.
Hasta el próximo reencuentro, sencillo y sin forzar el melodrama:)
Kiss
Piki
Y tu a que animal te pareces???
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