domingo, 14 de septiembre de 2008

A buenas y a Málagas


Salimos tarde, y al llegar, cansados, nos encontramos con una ciudad oscura. Era una clase de oscuridad extraña, porque le daba al lugar un aspecto pobre y cachambroso. Nos bajamos del coche sin la certeza de que el piso al que pretendíamos ir estuviera disponible. Por suerte lo estaba, y la verdad es que era un lugar bastante grande.

Nos vimos con un par de pizzas en la mano y sin horno ni microondas, y sumándoselo a las ganas que teníamos de estriar las piernas, decidimos que lo mejor sería salir a cenar por ahí, y conocer los alrededores.

La noche transcurríó tranquila. Estuvimos andando de un lugar a otro, y tomándonos algo en cada parada. Cada lugar en el que estuvimos tenía algo que lo hacía extrañamente peculiar (un grupo de jazz en vivo, unos precios bastante asequibles, unas bailarinas muy simpáticas...) y sin darnos cuenta se nos hizo la hora de regresar al recién estrenado piso.

El día siguiente transcurrió como una especie de sueño en el que ni estás despierto ni estás dormido. El sueño y la resaca nos hizo madrugar tarde, y lo poco que comimos ayudó a que las horas de la tarde se alargaran por las mismas carreteras de ida y vuelta. Lo único que nos mantuvo despiertos fue la sensación de pérdida que inundó el vehículo, que se vio transformada en alegría al tiempo que regresábamos al lugar del que habíamos partido.

Esa noche la compartimos con un nuevo amigo natural de la zona, que nos guió a los lugares más adecuados para beber y festejar. Una pena que aquél día no hubiera nadie bebiendo y festejando. Pese a todo, optamos por poner buena cara al mal tiempo, y el resultadó fue bastante bueno.

Con todo ello a las espaldas y un riquísimo guiso de pollo en el estómago, regreamos dos días después a casa.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Relativo a Alberto

Llevaba una borrachera de aúpa. Desde que empezó la boda no había hecho mas que beber. Que si cerveza, que si vino, chupitos, cubatas, aguardiente... Me había quitado la corbata y la chaqueta para meterme en el coche, y al poco rato de estar en la carretera, me vi las típicas luces verdes que bloqueaban el camino.

Una vez estacionado el vehículo, uno de los agentes me hizo señas para que bajara la ventanilla. Yo, extrañado, la bajé.

-Disuclpe señor, le voy a hacer una prueba reglamentaria de alcoholemia. ¿Ha bebido usted alguna sustancia alcohólica?

-Si señor.-Respondí sinceramente.

-Vale, de acuerdo señor. ¿Esta usted borracho?

-Como una cuba, agente.

-Muy bien señor, si es usted tan amable, ¿podría soplar por aquí y mantenerse soplando hasta que oiga un pitido?

-Por supuesto.- Acepté gustosamente.

Al soplar, el aparato empezó a marcar una serie de números rápidamente y a pitar varias veces. Seguramente me lo habría cargado, pues poco más y sale en llamas.

El agente sacó una libreta del bolsillo y comenzó a escribir al tiempo que me decía:

-Señor, le voy a multar a usted con una multa de... ..

Yo, en un momento de lucidez, le interrumpí y le contesté (alargando las sílabas dada mi condición):

-Señor agente, no se si se habrá fijado. pero.. Mi mujer, aquí sentada a mi derecha, es inglesa. El coche en el que ambos estamos viajando es inglés, y yo, aquí sentado... no estoy conduciendo!

domingo, 7 de septiembre de 2008

InsSuPlaFaDe

Supongo que como en todas las situaciones, con cada elección que hacemos nos adentramos en un camino. Y al hacerlo, dejamos atrás otros caminos que posiblemente no podamos volver a tomar (o al menos no de igual manera). Supongo que hay cosas que se ganan, y cosas que se pierden, y el final consiste en valorar de un lado y de otro.

Este verano tomé una decisión, supongo que como todos, acerca de cómo emplearía mi tiempo estival. No fue una decisión fácil, y se ha visto influenciada por muchos factores, unos que me animaban a escogerla, y otros que me decían todo lo contrario.

Al final, y ahora que el verano está acabando, creo que acerté. Creo que ninguna de las otras opciones me habría llenado tanto como lo ha hecho ésta. El resultado de mi elección ha dado fruto a cinco pequeñas muestras, cinco pequeños reflejos cargados de la ilusión con la que hemos pasado el verano. Cada uno de ellos tiene una forma, un aspecto y una consistencia diferentes, pero en todos ellos me puedo ver identificado. (Yo y todos, por supuesto). Es por eso que me alegra pensar en ellas, y confirmarme que a pesar de no llegar a donde nos propusimos, ha merecido la pena.

Y con este post vuelvo a activar el blog, que durante el verano ha quedado un poco muerto