Salimos tarde, y al llegar, cansados, nos encontramos con una ciudad oscura. Era una clase de oscuridad extraña, porque le daba al lugar un aspecto pobre y cachambroso. Nos bajamos del coche sin la certeza de que el piso al que pretendíamos ir estuviera disponible. Por suerte lo estaba, y la verdad es que era un lugar bastante grande.
Nos vimos con un par de pizzas en la mano y sin horno ni microondas, y sumándoselo a las ganas que teníamos de estriar las piernas, decidimos que lo mejor sería salir a cenar por ahí, y conocer los alrededores.
La noche transcurríó tranquila. Estuvimos andando de un lugar a otro, y tomándonos algo en cada parada. Cada lugar en el que estuvimos tenía algo que lo hacía extrañamente peculiar (un grupo de jazz en vivo, unos precios bastante asequibles, unas bailarinas muy simpáticas...) y sin darnos cuenta se nos hizo la hora de regresar al recién estrenado piso.
El día siguiente transcurrió como una especie de sueño en el que ni estás despierto ni estás dormido. El sueño y la resaca nos hizo madrugar tarde, y lo poco que comimos ayudó a que las horas de la tarde se alargaran por las mismas carreteras de ida y vuelta. Lo único que nos mantuvo despiertos fue la sensación de pérdida que inundó el vehículo, que se vio transformada en alegría al tiempo que regresábamos al lugar del que habíamos partido.
Esa noche la compartimos con un nuevo amigo natural de la zona, que nos guió a los lugares más adecuados para beber y festejar. Una pena que aquél día no hubiera nadie bebiendo y festejando. Pese a todo, optamos por poner buena cara al mal tiempo, y el resultadó fue bastante bueno.
Con todo ello a las espaldas y un riquísimo guiso de pollo en el estómago, regreamos dos días después a casa.
Nos vimos con un par de pizzas en la mano y sin horno ni microondas, y sumándoselo a las ganas que teníamos de estriar las piernas, decidimos que lo mejor sería salir a cenar por ahí, y conocer los alrededores.
La noche transcurríó tranquila. Estuvimos andando de un lugar a otro, y tomándonos algo en cada parada. Cada lugar en el que estuvimos tenía algo que lo hacía extrañamente peculiar (un grupo de jazz en vivo, unos precios bastante asequibles, unas bailarinas muy simpáticas...) y sin darnos cuenta se nos hizo la hora de regresar al recién estrenado piso.
El día siguiente transcurrió como una especie de sueño en el que ni estás despierto ni estás dormido. El sueño y la resaca nos hizo madrugar tarde, y lo poco que comimos ayudó a que las horas de la tarde se alargaran por las mismas carreteras de ida y vuelta. Lo único que nos mantuvo despiertos fue la sensación de pérdida que inundó el vehículo, que se vio transformada en alegría al tiempo que regresábamos al lugar del que habíamos partido.
Esa noche la compartimos con un nuevo amigo natural de la zona, que nos guió a los lugares más adecuados para beber y festejar. Una pena que aquél día no hubiera nadie bebiendo y festejando. Pese a todo, optamos por poner buena cara al mal tiempo, y el resultadó fue bastante bueno.
Con todo ello a las espaldas y un riquísimo guiso de pollo en el estómago, regreamos dos días después a casa.