Pasaron un par de minutos y pudieron ver cómo los guardias de blanco volvían a subir por las escalinatas. Alan y Ángel se movieron a la vez, y cada uno se concentró en la extraña pieza que tenía delante.
Aquella noche ninguno de los dos dijo nada. Cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos.
Ángel, tratando de adivinar exactamente qué es lo que había sucedido, aunque sospechara que algo tenía que ver con Alan.
Alan, por su parte, le daba vueltas a la idea de que todo ello hubiera ocurrido justo cuando dejó caer la nota por debajo de la pared. Le atemorizaba pensar que hubieran encontrado la nota. No era difícil averiguar que había sido él quien la había escrito, y tenía la sensación de que al día siguiente volverían a por él. Además, la forma en que los guardias bajaron, el grito y el posterior silencio, todo ello le recordaba a la vez que le cogieron a él. También gritó, y casi le abrió la cabeza a un guardia. Pero cuando le apuntaron con sus armas tuvo que rendirse y dejarse llevar. Y entonces le metieron en aquella sala oscura. La misma sal en la que probablemente estaba ahora la persona que recibió su nota, y la misma sala en la que le meterían a él al día siguiente.