Media hora después, o quizá menos, una melodía de música clásica trató de encubrir el crujido de los cerrojos de la puerta al deslizarse. Y supo lo que tenía qué hacer. Antes de salir por la puerta, se giró y descansó la mirada sobre la cama que había junto a él. Seguía igual de deshecha que el día anterior, igual que lo había estado toda la semana.
Recorrió el pasillo infinito preguntándose si esta vez, por ser su cumpleaños, alguien se acordaría de él. No es que esperara una felicitación o una palmadita en la espalda, una simple mirada o un leve movimiento de cabeza serían suficientes.
Abrió la última puerta y se paró un segundo a mirar a su alrededor. El lugar no era un lugar gigantesco, pero era bastante grande. Era una sala ovalada, iluminada con una luz blanca y azul que parecía proceder de entre las paredes. Por las paredes laterales se escurrían unas escaleras blancas tan finas que parecían enormes hojas de papel grapadas. Frente a él bajaban unos peldaños blancos, para dar paso a una decena de pasillos sin techo, como cuadras, que conducían a unas salas cuadradas del mismo blanco azulado que las paredes. Reconoció en seguida el mismo olor a limpio que le recibía cada día.
Miró a los lados y vio a los dos hombres serios que le flanqueaban. Vestían un traje blanco liso y llevaban puestas unas curiosas gafas de sol blancas. Tras ellos, a su derecha y a su izquierda, aparecieron otras personas como él. Todas ellas iban emparejadas. Se quedaron allí de pie, formando una hilera, esperando. La música se fue dejando de oír poco a poco, hasta que se paró, y todos ellos bajaron simultáneamente los escalones. Cada pareja se metió por un pasillo, y él caminó por el suyo a solas. No había habido felicitaciones ni miradas de complicidad, pensó, aunque tampoco había llegado a creerse lo contrario.
Entró en la sala cuadrada y avanzó hacia el otro extremo. Deslizó la mano por encima de la mesa mientras inspeccionaba lo que había encima. Botes de pintura, pinceles, vasos, un grifo en el centro… Todo aquello empezaba a resultarle familiar. Se acercó a la pared del fondo y esperó junto al hueco oscuro que había a la altura de su cintura. Empezaba a preocuparse por la impuntualidad de la entrega cuando oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo. De repente el corazón le empezó a latir muy deprisa y el sudor le resbaló por la frente.
Por el pasillo aparecieron dos hombres vestidos de blanco que arrastraban el cuerpo de un joven por los brazos. El joven, que vestía una camiseta verde y unos pantalones vaqueros, levantó la cabeza de repente y miró en todas direcciones. Acto seguido lo arrojaron al suelo y le dijeron:
-Éste es tu nuevo compañero.
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3 comentarios:
umss.resulta interesante e intrigante....
no esperes hasta el lunes¡¡
ensaya las songs si no quieres hacer el ridiculo
dicho y hecho...
154 milimoles/litro
Muchas gracias, me volviste a salvar.
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