jueves, 15 de julio de 2010

Capítulo I: Valencia se rinde al siete de Almería

El joven aldeano se despertó y ya llegaba tarde. Por suerte, su compañero de viaje de la capital también llegaba tarde y apenas le tuvo que esperar. Coerriendo terminó de hacer la maleta, cogió un saco de dormir, se tomó un café cortado y arrancó el motor del coche. Poco después él y su tocayo conducían hacia el norte, empezando así, de esta manera tan tradicional, un viaje que les haría recorrer la mitad de la península.

Llegaron a Valencia antes de tiempo. Había sido listo el de la capital y había contado con un buen margen de tiempo como colchón, por si surgían imprevistos. Acudieron al punto de encuentro, donde se encontraron con el séptimo, vestido para la ocasión, empapadico de sudor y acompañado de su familia. Tras los abrazos y los chistes previos entraron en escena el resto de acompañantes, todos confinados en una pequeña entradita que hacía las veces de sala de espera. El presidente, el japonés, el músico, el marroquí, el corredor de la banda derecha, el pescailla, la prima y el speaker, todos presentes más o menos a tiempo. En corro, comentaban anécdotas de días anteriores en los que conquistaron las tierras del presidente, y esperanaban inquietos la hora en que el séptimo fuera llamado a declarar, esta vez, sin micro.

Pronto llegó el momento en el que el abuelo dejó de lado al resto de acompañantes y descendió al inframundo, lugar al que el viento tiene prohibido entrar y donde la tecnología se quedó anclada en los años 80. El resto de acompañantes aprovechó la ocasión para embutirse en sus mejores galas y sacar a relucir el homenaje escrito que desde entonces portarían en su pecho (y que pecho!). Cuando bajaron, el séptimo a punto estuvo de dejar caer una lagrimilla, pero pronto volvió en sí y sacó todo lo mejor de él. Tan bien lo hizo que ni el can cerbero, guardían de tres cabezas, fue capaz de reprocharle nada y tuvo que acatar que él era el más grande, que su trabajo era el mejor realizado y que su exposición, con mucho, había sido la mejor que había oído (y la más graciosa, ya que parece ser eso viene de serie).

La celebración empezó en el bar de enfrente, donde algunos de los acompañantes (ni el japonés ni el tuno pudieron acudir) decidieron tomarse los primeros refrigerios. Poco después, cuando el séptimo ya estuvo listo, con un siete en la espalda y un diez sobre los hombros, partieron al lugar donde habían vivido estos úlitmos años, a dejar sus vehículos (algunos necesitaron una mano, o dos, o tres...) y junto con la familia del homenajeado acudieron al establecimiento encomendado. ¿Qué decir de tan grata comilona? Allí comieron y bebieron y festejaron durante más de dos horas, degustando exquisiteces y llenando bien sus buches. Al final de la comida, el séptimo recibió un extraño artilugio que le ayudaría a recordar qué hora es en cada momento, y algo más.

Al acabar la comida, y como tiburón en el mar, se despidieron de la família del abuelo y retornaron al hogar. Algunos, los más fuertes, continuaron con los refrigerios. Otros, los más precavidos, optaron por dejarse arrastrar al mundo de los sueños por un breve periodo de tiempo, mas a la hora fijada todos se encontraban en pie y reunidos, frente a la gran pantalla, para animar a su selección en la batalla contra Alemania.

Del partido a la cena y de la cena a la zona de fiesta, sin pena y con gloria, poco a poco se fue apagando el día. Entrada la noche, y tras un considerable paseo a la orilla del mar, encontraron un lugar donde montar campamento y pasar la noche. En la noche se les unió el cantante, que en pocos días sería tambien compañero oficial de viaje de los susodichos.

Y así, en quererlo y en beberlo, se acabó la jornada. Todos ellos regresaron al hogar, mas alguno que otro con algún percance, y a la mañana siguiente despertaron, preparados para emprender el rumbo a tierras un poco más sureñas...

1 comentario:

Andreuele dijo...

Maricon aqui tienes tu comentario.Ahora escribe el capitulo 2. chas chas(es el sonido de un látigo)vamos esclavo!